Secretos compartidos by Noa Alférez

Secretos compartidos by Noa Alférez

autor:Noa Alférez [Alférez, Noa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2021-06-21T00:00:00+00:00


Capítulo 24

—Pero ¿en qué demonios estabas pensando? ¡¡Santo Dios, Richard!! Pensé que con Andrew ya había tenido bastante. Pero resulta que, en asuntos amorosos, eres incluso más tonto que tu hermano.

—Madre, no es necesario que me insultes. No voy a permitir que te metas en mi matrimonio —⁠se defendió Richard ante los gritos desaforados de su madre.

Hacía apenas veinticuatro horas que había llegado al campo con Caroline y Crystal, y ya estaba al borde de la histeria. Pensaba que todo estaba bien encauzado entre el reciente matrimonio, pero casi sufrió un colapso cuando se enteró de que su nuera estaba trabajando en los establos como si fuera un muchacho. Le había faltado tiempo para llamar a su hijo con la intención de tirarle de las orejas o darle una buena colleja de ser necesario. No había querido decirle quien le había dado el chivatazo con tanta celeridad, pero seguro que había sido el viejo y leal Leopold.

—¡Dame una razón, solo una, para que pueda entender por qué esa muchacha, TU ESPOSA, tiene que ganarse la vida asistiendo los partos del ganado o limpiando excrementos de caballo!

—No es tan dramático como tú lo pintas.

—Pues ilumíname, hijo, ilumíname.

—Elisabeth quería una asignación, y sugerí que trabajara para obtener un sueldo. —⁠Sonaba tan mal en voz alta que Richard se sintió como si tuviera cinco años y lo hubieran pillado robando galletas.

Su madre abrió tanto los ojos que parecía que iban a salirse de las cuencas en cualquier momento.

—No puedo creerlo —dijo llevándose una mano al pecho⁠—. ¿Tan mal están nuestras finanzas para que tengas que obligar a Elisabeth a trabajar por un sueldo? ¿Qué será lo siguiente? ¿Limpiar la plata para ganarse la cena? —⁠preguntó con el sarcasmo rezumando por todos sus poros.

—Por Dios, hace días que hablé con el administrador para darle una generosa asignación, no soy un ogro. Solo quería darle una lección de humildad, eso es todo —⁠se defendió sintiéndose como un villano. Realmente, debería haber parado esa situación hacía tiempo, pero no quería que pareciera que solo porque ambos se entregaran al placer de manera tórrida y desesperada cada noche, él iba a cambiar su actitud con ella.

De hecho, Elisabeth no entendía por qué, a pesar de que le confesaba sentimientos arrolladores durante las noches, cada mañana la barrera de contención volvía a levantarse alejándola de él. Compartían caricias, lujuria, besos, risas, todo era tan maravilloso que no parecía real. Y, al minuto siguiente, de nuevo él se encerraba en su propio mundo, un mundo al que ella no estaba invitada.

—No puedo creerlo, Richard, tú no eres así.

—Madre, no hagas una montaña de un grano de arena. Elisabeth tampoco es un angelito indefenso. No la conoces, si lo hicieras, entenderías que haya sido duro con ella.

Eleonora se llevó las manos a la boca al ver a Elisabeth en la puerta abierta de la sala. Estaba tan ofuscada con su hijo que había olvidado que la había mandado llamar. No se le escapó la expresión dolida con la que Elisabeth miraba a Richard, lo que le indicó que había escuchado más de lo que ella hubiese deseado.



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